¡Hola, chicos! Espero que sigan bien, cuidándose y en
casa. Como sabrán, estamos llegando al cierre de esta primera etapa del año que
se convirtió en cuatrimestre. No quiero dejar de felicitarlos por todo su
esfuerzo, ya que sé lo difícil que es esta situación para todos. Cada trabajo
que entregaron, cada lectura que hicieron, cada consulta que escribieron o cada
vez que participaron denota su compromiso y su fortaleza. Por esto mismo,
quiero decirles que ¡no bajen los brazos ahora!
Algunos de ustedes están al día con todas las
entregas, a esas personas: ¡Bravo!
A quienes están atrasados: ¡Vamos, adelante! Esta
semana no voy a pedirles ninguna entrega, para que aprovechen el tiempo y
terminen lo que les queda pendiente. Les pido que, si no entienden algo o se
les complica, me escriban para ver cómo podemos solucionarlo. Tengan en cuenta
que el grupo de hangouts sigue vigente, que podemos hacer una video llamada
(con uno, con cuatro, con la cantidad que sea) para conversar un rato o tienen
siempre mi mail disponible. Pero, lo más importante, ¡No aflojen!
Revisión de “La
soga” de Silvina Ocampo y algunas observaciones de sus trabajos.
En la
última actividad tenían que resolver un cuestionario sobre el cuento fantástico
“La soga” de Silvina Ocampo. Quienes ya me mandaron el trabajo, tienen sus
devoluciones con las correcciones pertinentes, pero quiero compartirles algunas
observaciones generales:
En primer
lugar, me parece necesario pedirles que no sean tan acotados en sus respuestas.
Intenten explayarse y, sobre todo, desarrollar enunciados de elaboración
propia. Esto quiere decir: no copiar y pegar respuestas que encontraron en
internet ni fragmentos del texto literario. ¿Por qué? Bueno, la primera parte
es obvia… por la segunda, me refiero a que muchos pegaron una oración del texto
para describir al personaje, pero a veces es mejor hacerlo con sus propias
palabras. Si el texto dice: “A Antoñito López le gustaban los juegos
peligrosos: subir por la escalera de mano del tanque de agua, tirarse por el
tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la chimenea.” Podemos inferir
que es un niño inquieto, travieso, que hace “macanas”. Es importante que al
realizar descripciones de los personajes usen adjetivos o modificadores
indirectos.
Lo mismo
sucedió con la consigna de la transformación de la soga: copiaron y pegaron, en
general, un fragmento en el que ya se la menciona con características de un ser
vivo. Lo importante, era ver cómo se fue dando ese proceso, ya que fue de a
poco.
En cuanto
al tipo de narrador, la mayoría acertó y justificó muy bien: hablamos de un
narrador testigo, esto se ve en la última frase cuando afirma “yo lo vi” y
utiliza la primera persona. Recuerden que este tipo de narrador es un personaje
que cuenta lo que vio o lo que sabe, en mayor parte, en tercera persona, ya que
los hechos principales le pasan a otro.
Por último,
pero más importante: la justificación del tipo de texto.
Nosotros
vimos textos realistas y fantásticos. Sobre ambos tienen teoría
escrita, definiciones y videos explicativos. En este punto, hay algunos
conceptos que tenemos que empezar a usar y aplicar correctamente, por ejemplo: ficción, realidad, verosímil, realista. “Se
vuelve fantasioso” no es una buena justificación, ya que no concuerda con lo
que estuvimos estudiando.
Para
justificar que un cuento es realista tienen que explicar qué situaciones son realistas,
es decir, tienen verosimilitud (un grupo de chicas juega en la vía del tren y
un muchacho les tira un papelito), cómo son los personajes (adultos/niños
típicos, que hablan de forma coloquial igual que cualquier), dónde se
desarrolla la historia (en un barrio porteño cerca de la vía). Explicar que
todo lo que sucede en esa historia, podría pasar en la vida real, aunque no
deja de ser ficción. Recuerden que la literatura es siempre una ficción, la
invención de un autor.
En cuanto a
los cuentos fantásticos, la justificación es un poco más compleja. En primer
lugar, tenemos que empezar por la situación inicial del cuento, que parecerá
realista (acá coinciden con los otros cuentos). Los personajes, los lugares,
los hechos, coinciden con lo que podría pasar en la vida real. Sin embargo, en
un determinado momento, sucede un hecho de apariencia sobrenatural (una soga se
convierte, aparentemente, en un animal). Muchos de ustedes, en sus trabajos, se
quedaron con esto. Como la soga se convierte en serpiente y esto no es posible,
hablamos de un cuento fantástico. Esto no está mal, pero sí un poco incompleto.
¿Por qué? La principal característica del cuento fantástico es la duda o la incertidumbre que deja en los
personajes y en el lector. Por eso mismo, la consigna 4 preguntaba cómo
interpretaban ustedes el final de la historia. En el cuento fantástico tenemos dos
interpretaciones posibles:
-
Por
un lado, una explicación racional
sobre lo sucedido: Sería algo que pueda pasar en el mundo real. En el caso de “La
soga” podríamos pensar en la imaginación del niño y en los juegos que él
realizaba. Es probable o posible que todo fuera parte del mismo juego, que el “haya
hecho de cuenta” que moría o que, a raíz de sus juegos peligrosos muriera a
causa de hacer algo brusco con la soga.
-
Por
otro lado, una explicación sobrenatural:
En este caso, nos quedaríamos con lo que afirma haber visto la narradora. Realmente
esta soga, este objeto inerte, cobró vida propia y asesinó al niño (ya se había
explicado que había algo de maldad en él).
Lo
importante, en este tipo de cuentos, es que ambas explicaciones coexisten. Es decir,
ambas son posibles. Si nos quedamos únicamente con la explicación lógica, esto
sería un cuento realista. Si aceptamos totalmente la explicación sobrenatural,
hablaríamos de un cuento más parecido a los maravillosos.
Espero que
estas aclaraciones les sirvan para sus próximos trabajos, ya que vamos a seguir
leyendo algunos cuentos más antes de pasar a un nuevo tema.
Por ahora,
como les dije, para darles tiempo a ponerse al día, no voy a mandarles otra
entrega, pero sí les dejo una nueva lectura:
El Escuerzo
Por Leopoldo
Lugones.
Un día de tantos, jugando en la quinta de la casa
donde habitaba la familia, di con un pequeño sapo que, en vez de huir como sus
congéneres más corpulentos, se hinchó extraordinariamente bajo mis pedradas.
Horrorizábanme los sapos y era mi diversión aplastar cuantos podía. Así es que
el pequeño y obstinado reptil no tardó en sucumbir a los golpes de mis piedras.
Como todos los muchachos criados en la vida semi-campestre de nuestras ciudades
de provincia, yo era un sabio en lagartos y sapos. Además, la casa estaba
situada cerca de un arroyo que cruza la ciudad, lo cual contribuía a aumentar
la frecuencia de mis relaciones con tales bichos. Entro en estos detalles, para
que se comprenda bien cómo me sorprendí al notar que el atrabiliario sapito me
era enteramente desconocido. Circunstancia de consulta, pues. Y tomando mi
víctima con toda la precaución del caso, fui a preguntar por ella a la vieja
criada, confidente de mis primeras empresas de cazador. Tenía yo ocho años y ella
sesenta. El asunto había, pues, de interesarnos a ambos. La buena mujer estaba,
como de costumbre, sentada a la puerta de la cocina, y yo esperaba ver acogido
mi relato con la acostumbrada benevolencia, cuando apenas hube empezado, la vi
levantarse apresuradamente y arrebatarme de las manos el despanzurrado
animalejo.
–¡Gracias a Dios que no lo hayas dejado! –exclamó con
muestras de la mayor alegría–. En este mismo instante vamos a quemarlo.
–Quemarlo? –dije yo–; pero qué va a hacer, si ya está
muerto...
–¿No sabes que es un escuerzo –replicó en tono
misterioso mi interlocutora– y que este animalito resucita si no lo queman?
¡Quién te mandó matarlo! ¡Eso habías de sacar el fin con tus pedradas! Ahora
voy a contarte lo que le pasó al hijo de mi amiga la finada Antonia, que en paz
descanse.
Mientras hablaba, había recogido y encendido algunas
astillas sobre las cuales puso el cadáver del escuerzo.
¡Un escuerzo! decía yo, aterrado bajo mi piel de
muchacho travieso; un escuerzo! Y sacudía los dedos como si el frío del sapo se
me hubiera pegado a ellos. ¡Un sapo resucitado! Era para enfriarle la médula a
un hombre de barba entera.
–¿Pero usted piensa contarnos una nueva
batracomiomaquía? –interrumpió aquí Julia con el amable desenfado de su
coquetería de treinta años.
–De ningún modo, señorita. Es una historia que ha
pasado. Julia sonrió.
–No puede usted figurarse cuánto deseo conocerla...
–Será usted complacida, tanto más cuanto que tengo le
pretensión de vengarme con ella de su sonrisa. Así, pues –proseguí–, mientras
se asaba mi fatídica pieza de caza, le vieja criada hilvanó su narración que es
como sigue:
Antonia, su amiga, viuda de un soldado, vivía con el
hijo único que había tenido de él, en una casita muy pobre, distante de toda
población. El muchacho trabajaba para ambos, cortando madera en el vecino
bosque, y así pasaban año tras año, haciendo a pie la jornada de la vida. Un
día volvió, como de costumbre, por la tarde, para tomar su mate, alegre, sano,
vigoroso, con su hacha al hombro. Y mientras lo hacía, refirió a su madre que
en la raíz de cierto árbol muy viejo había encontrado un escuerzo, al cual no
le valieron hinchazones para quedar hecho una tortilla bajo el ojo de su hacha.
La pobre vieja se llenó de aflicción al escucharlo,
pidiéndole que por favor la acompañara al sitio, para quemar el cadáver del
animal.
–Has de saber –le dijo– que el escuerzo no perdona
jamás al que lo ofende. Si no lo queman, resucita, sigue el rastro de su
matador y no descansa hasta que pueda hacer con él otro tanto.
El buen muchacho rió grandemente del cuento,
intentando convencer a la pobre vieja de que aquello era una paparruchada buena
para asustar chicos molestos, pero indigna de preocupar a una persona de cierta
reflexión. Ella insistió, sin embargo, en que la acompañara a quemar los restos
del animal.
Inútil fue toda broma, toda indicación sobre lo
distante delsitio, sobre el daño que podía causarle, siendo ya tan vieja, el
sereno de aquella tarde de noviembre. A toda costa quiso ir y él tuvo que
decidirse a acompañarla.
No era tan distante; unas seis cuadras a lo más.
Fácilmente dieron con el árbol recién cortado, pero por más que hurgaron entre
las astillas y las ramas desprendidas, el cadáver del escuerzo no apareció.
–¿No te lo dije? –exclamó ella echándose a llorar–; ya
se ha ido; ahora ya no tiene remedio esto. ¡Mi padre San Antonio te ampare!
–Pero qué tontera, afligirse así. Se lo habrán llevado
las hormigas o lo comería algún zorro hambriento. ¡Habráse visto extravagancia,
llorar por un sapo! Lo mejor es volver, que ya viene anocheciendo y la humedad
de los pastos es dañosa.
Regresaron, pues, a la casita, ella siempre llorosa,
él procurando distraerla con detalles sobre el maizal que prometía buena
cosecha si seguía lloviendo; hasta volver de nuevo a las bromas y risas en
presencia de su obstinada tristeza. Era casi de noche cuando llegaron. Después
de un registro minucioso por todos los rincones, que excitó de nuevo la risa
del muchacho, comieron en el patio, silenciosamente, a la luz de la luna, y ya
se disponía él a tenderse sobre su montura para dormir, cuando Antonia le
suplicó que por aquella noche siquiera, consintiese en encerrarse dentro de una
caja de madera que poseía y dormir allí.
La protesta contra semejante petición fue viva. Estaba
chocha, la pobre, no había duda. ¡A quién se le ocurría pensar en hacerlo
dormir, con aquel calor, dentro de una caja que seguramente estaría llena de
sabandijas!
Pero tales fueron las súplicas de la anciana que, como
el muchacho la quería tanto, decidió acceder a semejante capricho. La caja era
grande, y aunque un poco encogido, no estaría del todo mal. Con gran solicitud
fue arreglada en el fondo la cama, metióse él adentro, y la triste viuda tomó
asiento al lado del mueble, decidida a pasar la noche en vela para cerrarlo
apenas hubiera la menor señal de peligro.
Calculaba ella que sería la medianoche, pues la luna
muy baja empezaba a bañar con su luz el aposento, cuando de repente un bultito
negro, casi imperceptible, saltó sobre el dintel de la puerta que no se había
cerrado por efecto del gran calor. Antonia se estremeció de angustia.
Allí estaba, pues, el vengativo animal, sentado sobre
las patas traseras, como meditando un plan. ¡Qué mal había hecho el joven en
reírse! Aquella figurita lúgubre, inmóvil en la puerta llena de luna, se
agrandaba extraordinariamente, tomaba proporciones de monstruo. ¿Pero, si no
era más que uno de los tantos sapos familiares que entraban cada noche a la
casa en busca de insectos? Un momento respiró, sostenida por esta idea. Mas el
escuerzo dio de pronto un saltito, después otro, en dirección a la caja. Su
intención era manifiesta. No se apresuraba, como si estuviera seguro de su presa.
Antonia miró con indecible expresión de terror a su hijo; dormía, vencido por
el sueño, respirando acompasadamente.
Entonces, con mano inquieta, dejó caer sin hacer ruido
la tapa del pesado mueble. El animal no se detenía. Seguía saltando. Estaba ya
al pie de la caja. Rodeóla pausadamente, se detuvo en uno de los ángulos, y de
súbito, con un salto increíble en su pequeña talla, se plantó sobre la tapa.
Antonia no se atrevió a hacer el menor movimiento.
Toda su vida se había concentrado en sus ojos.
La luna bañaba ahora enteramente la pieza. Y he aquí
lo que sucedió: el sapo comenzó a hincharse por grados, aumentó, aumentó de una
manera prodigiosa, hasta triplicar su volumen. Permaneció así durante un
minuto, en que la pobre mujer sintió pasar por su corazón todos los ahogos de
la muerte. Después fue reduciéndose, reduciéndose hasta recobrar su primitiva
forma, saltó a tierra, se dirigió a la puerta y atravesando el patio acabó por
perderse entre las hierbas.
Entonces se atrevió Antonia a levantarse, toda
temblorosa. Con un violento ademán abrió de par en par la caja. Lo que sintió
fue de tal modo horrible, que a los pocos meses murió víctima del espanto que
le produjo.
Un frío mortal salía del mueble abierto, y el muchacho
estaba helado y rígido bajo la triste luz en que la luna amortajaba aquel
despojo sepulcral, hecho piedra ya bajo un inexplicable baño de escarcha.
Una vez que lean el texto,
piensen en las aclaraciones sobre el cuento fantástico que les hice
anteriormente e intenten pensar qué características del mismo tiene este
relato. La semana que viene vamos a analizarlo.
Les mando un abrazo y muchos
cariños.
María Victoria.