INFORMÁTICA - 3A Y 3B - TP9
INDIVIDUAL
ENVIAR A : ribada.emanuel@gmail.com
FECHA LÍMITE DE ENTREGA: 16/10/2020
¿Qué tal?
Les dejo un video sobre cómo colocar encabezados y pie de página en archivos word.
Cuando yo
tenía seis años vi en un libro sobre la selva virgen que se titulaba
"Historias vividas", una magnífica lámina. Representaba una serpiente
boa que se tragaba a una fiera. En el libro se afirmaba: "La serpiente boa
se traga su presa entera, sin masticarla. Luego ya no puede moverse y duerme
durante los seis meses que dura su digestión". Reflexioné mucho en ese
momento sobre las aventuras de la jungla y a mi vez logré trazar con un lápiz
de colores mi primer dibujo. Mi dibujo número 1 era de esta manera: Enseñé mi
obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo.
—¿por qué habría de asustar un sombrero? —
me
respondieron. Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente
boa que digiere un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a
fin de que las personas mayores pudieran comprender. Siempre estas personas
tienen necesidad de explicaciones. Mi dibujo número 2 era así: Las personas
mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran
abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el
cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una
magnífica carrera de pintor. Había quedado desilusionado por el fracaso de mis
dibujos número 1 y número 2. Las personas mayores nunca pueden comprender algo
por sí solas y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez
explicaciones. Tuve, pues, que elegir otro oficio y aprendía pilotear aviones.
He volado un poco por todo el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido de
mucho; al primer vistazo podía distinguir perfectamente la China de Arizona.
Esto es muy útil, sobre todo si se pierde uno durante la noche.
A lo largo
de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud de gente seria. Viví
mucho con personas mayores y las he conocido muy de cerca; pero esto no ha
mejorado demasiado mi opinión sobre ellas. Cuando me he encontrado con alguien
que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la experiencia de mi dibujo
número 1 que he conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser
comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: "Es un
sombrero". Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la selva
virgen y de las estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, del
golf, de política y de corbatas. Y mi interlocutor se quedaba muy contento de
conocer a un hombre tan razonable. II Viví así, solo, nadie con quien poder
hablar verdaderamente, hasta cuando hace seis años tuve una avería en el
desierto de Sahara. Algo se había estropeado en el motor. Como no llevaba
conmigo ni mecánico ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una
reparación difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas
tenía agua de beber para ocho días. La primera noche me dormí sobre la arena, a
unas mil millas de distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado
que un náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi sorpresa
cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que decía:
— ¡Por favor... píntame un cordero!
—¿Eh? —¡Píntame un cordero!
Me puse en pie de un salto como herido por el
rayo. Me froté los ojos. Miré a mi alrededor. Vi a un extraordinario muchachito
que me miraba gravemente. Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré hacer
de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que el modelo. Pero no
es mía la culpa. Las personas mayores me desanimaron de mi carrera de pintor a
la edad de seis años y no había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas
y boas abiertas. Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de
admiración. No hay que olvidar que me encontraba a unas mil millas de distancia
del lugar habitado más próximo.
Y ahora
bien, el muchachito no me parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de
hambre, de sed o de miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño
perdido en el desierto, a mil millas de distancia del lugar habitado más
próximo. Cuando logré, por fin, articular palabra, le dije:
— Pero… ¿qué haces tú por aquí?
Y él respondió entonces, suavemente, como algo
muy importante:
—¡Por favor… píntame un cordero!
Cuando el misterio es demasiado impresionante,
es imposible desobedecer. Por absurdo que aquello me pareciera, a mil millas de
distancia de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi bolsillo
una hoja de papel y una pluma fuente. Recordé que yo había estudiado
especialmente geografía, historia, cálculo y gramática y le dije al muchachito
(ya un poco malhumorado), que no sabía dibujar.
—¡No
importa —me respondió—, píntame un cordero! Como nunca había dibujado un
cordero, rehice para él uno de los dos únicos dibujos que yo era capaz de
realizar: el de la serpiente boa cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir
al hombrecito:
— ¡No, no! Yo no quiero un elefante en una
serpiente. La serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi
tierra es todo muy pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero. Dibujé un
cordero. Lo miró atentamente y dijo:
—¡No! Este
está ya muy enfermo. Haz otro.
Volví a
dibujar. Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.
—¿Ves? Esto
no es un cordero, es un carnero. Tiene Cuernos…
Rehice
nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.
—Este es
demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.
Falto ya de
paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor, garrapateé rápidamente
este dibujo, se lo enseñé, y le agregué:
—Esta es la caja. El cordero que quieres está
adentro. Con gran sorpresa mía el rostro de mi joven juez se iluminó:
—¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea
necesario mucha hierba para este cordero?
—¿Por qué?
—Porque en
mi tierra es todo tan pequeño… Se inclinó hacia el dibujo y exclamó: —¡Bueno,
no tan pequeño…! Está dormido…
Y así fue
como conocí al principito.
Me costó mucho tiempo comprender de dónde
venía. El principito, que me hacía muchas preguntas, jamás parecía oír las
mías. Fueron palabras pronunciadas al azar, las que poco a poco me revelaron todo.
Así, cuando distinguió por vez primera mi avión (no dibujaré mi avión, por
tratarse de un dibujo demasiado complicado para mí) me preguntó:
—¿Qué cosa
es esa?
—Eso no es una cosa. Eso vuela. Es un avión,
mi avión.
Me sentía orgulloso al decirle que volaba. El
entonces gritó:
—¡Cómo!
¿Has caído del cielo?
—Sí —le dije modestamente.
—¡Ah, que curioso!
Y el
principito lanzó una graciosa carcajada que me irritó mucho. Me gusta que mis
desgracias se tomen en serio. Y añadió:
—Entonces
¿tú también vienes del cielo? ¿De qué planeta eres tú?
Divisé una luz en el misterio de su presencia
y le pregunté bruscamente:
—¿Tu
vienes, pues, de otro planeta?
Pero no me respondió; movía lentamente la
cabeza mirando detenidamente mi avión.
—Es cierto, que, encima de eso, no puedes
venir de muy lejos…
Y se hundió
en un ensueño durante largo tiempo. Luego sacando de su bolsillo mi cordero se
abismó en la contemplación de su tesoro. Imagínense cómo me intrigó esta
semiconfidencia sobre los otros planetas. Me esforcé, pues, en saber algo más:
—¿De dónde vienes, muchachito? ¿Dónde está
"tu casa"? ¿Dónde quieres llevarte mi cordero? Después de meditar
silenciosamente me respondió:
—Lo bueno de la caja que me has dado es que
por la noche le servirá de casa.
—Sin duda.
Y si eres bueno te daré también una cuerda y una estaca para atarlo durante el
día. Esta proposición pareció chocar al principito.
—¿Atarlo?
¡Qué idea más rara!
—Si no lo
atas, se irá quién sabe dónde y se perderá…
Mi amigo soltó una nueva carcajada.
—¿Y dónde quieres que vaya?
—No sé, a
cualquier parte. Derecho camino adelante…
Entonces el
principito señaló con gravedad:
—¡No importa, es tan pequeña mi tierra!
Y agregó, quizás, con un poco de melancolía:
—Derecho,
camino adelante… no se puede ir muy lejos.
De esta
manera supe una segunda cosa muy importante: su planeta de origen era apenas
más grande que una casa. Esto no podía asombrarme mucho. Sabía muy bien que
aparte de los grandes planetas como la Tierra, Júpiter, Marte, Venus, a los
cuales se les ha dado nombre, existen otros centenares de ellos tan pequeños a
veces, que es difícil distinguirlos aun con la ayuda del telescopio. Cuando un
astrónomo descubre uno de estos planetas, le da por nombre un número. Le llama,
por ejemplo, "el asteroide 3251". Tengo poderosas razones para creer
que el planeta del cual venía el principito era el asteroide B 612. Este
asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909, por un
astrónomo turco. Este astrónomo hizo una gran demostración de su descubrimiento
en un congreso Internacional de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su
manera de vestir. Las personas mayores son así. Felizmente para la reputación
del asteroide B 612, un dictador turco impuso a su pueblo, bajo pena de muerte,
el vestido a la europea. Entonces el astrónomo volvió a dar cuenta de su
descubrimiento en 1920 y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó
su demostración. Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B
612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas
mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo
amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre
preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar
mariposas?" Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos
hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?" Solamente con estos
detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto
una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en
el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso
decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces
exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!" De tal manera, si les
decimos: "La prueba de que el principito ha existido está en que era un
muchachito encantador, que reía y quería un cordero. Querer un cordero es
prueba de que se existe", las personas mayores se encogerán de hombros y
nos dirán que somos unos niños. Pero si les decimos: "el planeta de donde
venía el principito era el asteroide B 612", quedarán convencidas y no se
preocuparán de hacer más preguntas. Son así. No hay por qué guardarles rencor.
Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores. Pero nosotros,
que sabemos comprender la vida, nos burlamos tranquilamente de los números. A
mí me habría gustado más comenzar esta historia a la manera de los cuentos de
hadas. Me habría gustado decir: "Era una vez un principito que habitaba un
planeta apenas más grande que él y que tenía necesidad de un amigo…" Para
aquellos que comprenden la vida, esto hubiera parecido más real. Porque no me
gusta que mi libro sea tomado a la ligera. Siento tanta pena al contar estos
recuerdos. Hace ya seis años que mi amigo se fue con su cordero. Y si intento
describirlo aquí es sólo con el fin de no olvidarlo. Es muy triste olvidar a un
amigo. No todos han tenido un amigo. Y yo puedo llegar a ser como las personas
mayores, que sólo se interesan por las cifras. Para evitar esto he comprado una
caja de lápices de colores. partida y sobre el viaje.