¡Hola,
chicos! Espero que estén bien y sigan cuidándose. Hoy les traigo algo para ir
cerrando el tema del cuento fantástico, nos queda poco.
En primer lugar, vamos a hablar sobre la revista literaria Sur, fundada en 1931 por Victoria Ocampo – hermana de Silvina- la cual nucleó durante más de cuatro décadas a muchos de los escritores argentinos más reconocidos del siglo XX: varios fueron parte de su redacción y otros publicaron en sus páginas. Entre ellos, se encontraban Jorge Luis Borges, José Bianco, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. En 1993 se fundó la editorial homónima que dio a conocer a gran número de escritores argentinos y latinoamericanos del momento.
Los escritores argentinos a quienes comenzó a reconocerse como miembros del grupo Sur desarrollaban una literatura desvinculada de los temas sociales, en la que el fantástico tenía un lugar central. En relación con esto, el crítico Jorge Rivera considera que las obras de este grupo de escritores “ratifican en el plano narrativo la estructuración de un mundo cerrado como símbolo de un orden que se desea no contaminable por los avatares de la historia”.
Bioy
Casares, Borges y Silvina Ocampo compartían una relación de amistad –Bioy
Casares y Silvina Ocampo, además, eran marido y mujer. Borges y Bioy
escribieron varias obras en colaboración y los tres fueron los compiladores de
la Antología de la literatura fantástica, que fue publicada en 1940. En el
prólogo a esta obra, Bioy Casares clasifica los relatos allí reunidos por sus
diferentes argumentos. Menciona, por ejemplo, aquellos en los que aparecen
fantasmas; en los que se producen viajes por el tiempo; en los que la acción
continúa en el infierno; en los que tienen lugar la metamorfosis; o los que
constituyen –como muchos relatos de Borges- fantasías metafísicas. En esta
clasificación y en la exhaustividad que presenta la antología preparada por los
tres escritores se pone en evidencia el vínculo íntimo que una a esta
generación con el fantástico.
En los
cuentos fantásticos de Silvina Ocampo, lo inquietante suele instalarse en los
espacios y las acciones cotidianos. Lo más familiar es precisamente lo que se
vuelve amenazante y, por lo mismo, resulta tan perturbador.
Al principio,
el elemento inquietante ingresa sin que nos demos cuenta, así lo recibimos como
un hecho más, que se suma a la sucesión de circunstancias insignificantes
vividas por los personajes. Señala Alejandra Pizarnik, poeta argentina, sobre
uno de los libros de relatos de Ocampo: “El mundo trivial permanece
reconocible, aunque extraño y trasfigurado: de súbito se abre y es otro, o revela lo otro, pero el pasaje de la frontera es enteramente
imperceptible. (…) Es decir, se traslada al plano de la realidad sin haberlo
dejado nunca. Asimismo, se traslada al plano de la irrealidad sin haberlo
dejado nunca”.
En el caso
de “Los objetos”, por ejemplo, no puede determinarse en qué momento lo “sobrenatural”
(si cabe el término, porque tampoco eso puede asegurarse) ingresa al mundo de
Camila Ersky. Quizás siempre estuvo ahí, latente, y es lo que lleva al narrador
a sospechar que hacía tiempo la protagonista “presentía con cierto malestar que
los objetos la despojarían un día de algo muy precioso de su juventud”.
Con este
adelanto, los invito ahora a leer “Los objetos”, un cuento de Silvina Ocampo.
Silvina Ocampo: Los objetos
Alguien
regaló a Camila Ersky, el día que cumplió veinte años, una pulsera de oro con
una rosa de rubí. Era una reliquia de familia. La pulsera le gustaba y sólo la
usaba en ciertas ocasiones, cuando iba a alguna reunión o al teatro, a una
función de gala. Sin embargo, cuando la perdió, no compartió con el resto de la
familia, el duelo de su pérdida. Por valiosos que fueran, los objetos le
parecían reemplazables. Sólo apreciaba a las personas, a los canarios que
adornaban su casa y a los perros. A lo largo de su vida, creo que lloró por la
desaparición de una cadena de plata, con una medalla de la virgen de Luján,
engarzada en oro, que uno de sus novios le había regalado. La idea de ir
perdiendo las cosas, esas cosas que fatalmente perdemos, no la apenaba como al
resto de su familia o a sus amigas, que eran todas tan vanidosas. Sin lágrimas
había visto su casa natal despojarse, una vez por un incendio, otra vez por un
empobrecimiento, ardiente como un incendio, de sus más preciados adornos
(cuadros, mesas, consolas, biombos, jarrones, estatuas de bronce, abanicos,
niños de mármol, bailarines de porcelana, perfumeros en forma de rábanos,
vitrinas enteras con miniaturas, llenas de rulos y de barbas), horribles a
veces pero valiosos. Sospecho que su conformidad no era un signo de
indiferencia y que presentía con cierto malestar que los objetos la despojarían
un día de algo muy precioso de su juventud. Le agradaban tal vez más a ella que
a las demás personas que lloraban al perderlos. A veces los veía. Llegaban a
visitarla como personas, en procesiones, especialmente de noche, cuando estaba
por dormirse, cuando viajaba en tren o en automóvil, o simplemente cuando hacía
el recorrido diario para ir a su trabajo. Muchas veces le molestaban como
insectos: quería espantarlos, pensar en otras cosas. Muchas veces por falta de
imaginación se los describía a sus hijos, en los cuentos que les contaba para
entretenerlos, mientras comían. No les agregaba ni brillo, ni belleza, ni
misterio: no hacía falta.
Una
tarde de invierno volvía de cumplir unas diligencias en las calles de la ciudad
y al cruzar una plaza se detuvo a descansar en un banco. ¡Para qué imaginar
Buenos Aires! Hay otras ciudades con plazas. Una luz crepuscular bañaba las
ramas, los caminos, las casas que la rodeaban; esa luz que aumenta a veces la
sagacidad de la dicha. Durante un largo rato miró el cielo, acariciando sus
guantes de cabritilla manchados; luego, atraída por algo que brillaba en el
suelo, bajó los ojos y vio, después de unos instantes, la pulsera que había
perdido hacía más de quince años. Con la emoción que produciría a los santos el
primer milagro, recogió el objeto. Cayó la noche antes que resolviera colocar
como antaño en la muñeca de su brazo izquierdo la pulsera.
Cuando
llegó a su casa, después de haber mirado su brazo, para asegurarse de que la
pulsera no se había desvanecido, dio la noticia a sus hijos, que no
interrumpieron sus juegos, y a su marido, que la miró con recelo, sin
interrumpir la lectura del diario. Durante muchos días, a pesar de la
indiferencia de los hijos y de la desconfianza del marido, la despertaba la
alegría de haber encontrado la pulsera. Las únicas personas que se hubieran
asombrado debidamente habían muerto.
Comenzó
a recordar con más precisión los objetos que habían poblado su vida; los
recordó con nostalgia, con ansiedad desconocida. Como en un inventario,
siguiendo un orden cronológico invertido, aparecieron en su memoria la paloma
de cristal de roca, con el pico y el ala rotos; la bombonera en forma de piano;
la estatua de bronce, que sostenía una antorcha con bombitas de luz; el reloj
de bronce; el almohadón de mármol, a rayas celestes, con borlas; el anteojo de
larga vista, con empuñadura de nácar; la taza con inscripciones y los monos de
marfil, con canastitas llenas de monitos.
Del
modo más natural para ella y más increíble para nosotros, fue recuperando
paulatinamente los objetos que durante tanto tiempo habían morado en su
memoria.
Simultáneamente
advirtió que la felicidad que había sentido al principio se transformaba en
malestar, en un temor, en una preocupación.
Apenas
miraba las cosas, de miedo de descubrir un objeto perdido.
Desde
la estatua de bronce con la antorcha que iluminaba la entrada de la casa, hasta
el dije con el corazón atravesado con una flecha, mientras Camila se
inquietaba, tratando de pensar en otras cosas, en los mercados, en las tiendas,
en los hoteles, en cualquier parte, los objetos aparecieron. La muñeca cíngara
y el calidoscopio fueron los últimos. ¿Dónde encontró estos juguetes, que
pertenecían a su infancia? Me da vergüenza decirlo, porque ustedes, lectores,
pensarán que sólo busco el asombro y que no digo la verdad. Pensarán que los
juguetes eran otros parecidos a aquéllos y no los mismos, que forzosamente no
existirá una sola muñeca cíngara en el mundo ni un solo calidoscopio. El
capricho quiso que el brazo de la muñeca estuviera tatuado con una mariposa en
tinta china y que el calidoscopio tuviera, grabado sobre el tubo de cobre, el
nombre de Camila Ersky.
Si
no fuera tan patética, esta historia resultaría tediosa. Si no les parece
patética, lectores, por lo menos es breve, y contarla me servirá de ejercicio.
En los camarines de los teatros que Camila solía frecuentar, encontró los
juguetes que pertenecían, por una serie de coincidencias, a la hija de una
bailarina que insistió en canjeárselos por un oso mecánico y un circo de
material plástico. Volvió a su casa con los viejos juguetes envueltos en un
papel de diario. Varias veces quiso depositar el paquete, durante el trayecto,
en el descanso de una escalera o en el umbral de alguna puerta.
No
había nadie en su casa. Abrió la ventana de par en par, aspiró el aire de la
tarde. Entonces vio los objetos alineados contra la pared de su cuarto, como
había soñado que los vería. Se arrodilló para acariciarlos. Ignoró el día y la
noche. Vio que los objetos tenían caras, esas horribles caras que se les forman
cuando los hemos mirado durante mucho tiempo.
A
través de una suma de felicidades Camila Ersky había entrado, por fin, en el
infierno.
©
Silvina Ocampo: Los objetos. Publicado en La furia y otros cuentos,
1959.
Una vez que
terminen de leer, van a resolver las siguientes preguntas.
ACTIVIDAD 4
CON ENTREGA OBLIGATORIA (FECHA: 2 DE OCTUBRE)
1. ¿Cómo evoluciona el estado de ánimo
de la protagonista a medida que pasa el tiempo? Recuerden incluir frases del
texto.
2. Comparen la actitud de Camila Ersky
referida a los objetos en los distintos momentos de su vida con las actitudes
que evidencian sus familiares y amigas. Recuerden dar ejemplos del texto y
deténganse en la contraposición entre los personajes.
3. Resuelvan las siguientes actividades
referidas al elemento fantástico del cuento.
a. ¿Podrían precisar en qué momento del
relato ingresa lo fantástico? Traten de determinar una frase en lo que esto
suceda.
b. ¿Es posible señalarlo con exactitud?
¿Por qué creen que es así?
c. Expliquen con sus palabras cuál es
el hecho fantástico que se narra en este cuento.
Les
propongo lo siguiente: Juntarnos el viernes 2 a las 15 hs para charlar sobre lo
que leyeron y lo que venimos trabajando en esta unidad. Les dejo acá el link
para unirse a la reunión de Meet. https://meet.google.com/qyd-iajk-dmi