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jueves, 24 de septiembre de 2020

Literatura 4B

 

¡Hola, chicos! Espero que estén bien y sigan cuidándose. Hoy les traigo algo para ir cerrando el tema del cuento fantástico, nos queda poco.

 

En primer lugar, vamos a hablar sobre la revista literaria Sur, fundada en 1931 por Victoria Ocampo – hermana de Silvina- la cual nucleó durante más de cuatro décadas a muchos de los escritores argentinos más reconocidos del siglo XX: varios fueron parte de su redacción y otros publicaron en sus páginas. Entre ellos, se encontraban Jorge Luis Borges, José Bianco, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. En 1993 se fundó la editorial homónima que dio a conocer a gran número de escritores argentinos y latinoamericanos del momento.

Los escritores argentinos a quienes comenzó a reconocerse como miembros del grupo Sur desarrollaban una literatura desvinculada de los temas sociales, en la que el fantástico tenía un lugar central. En relación con esto, el crítico Jorge Rivera considera que las obras de este grupo de escritores “ratifican en el plano narrativo la estructuración de un mundo cerrado como símbolo de un orden que se desea no contaminable por los avatares de  la historia”.


Bioy Casares, Borges y Silvina Ocampo compartían una relación de amistad –Bioy Casares y Silvina Ocampo, además, eran marido y mujer. Borges y Bioy escribieron varias obras en colaboración y los tres fueron los compiladores de la Antología de la literatura fantástica, que fue publicada en 1940. En el prólogo a esta obra, Bioy Casares clasifica los relatos allí reunidos por sus diferentes argumentos. Menciona, por ejemplo, aquellos en los que aparecen fantasmas; en los que se producen viajes por el tiempo; en los que la acción continúa en el infierno; en los que tienen lugar la metamorfosis; o los que constituyen –como muchos relatos de Borges- fantasías metafísicas. En esta clasificación y en la exhaustividad que presenta la antología preparada por los tres escritores se pone en evidencia el vínculo íntimo que una a esta generación con el fantástico.



En los cuentos fantásticos de Silvina Ocampo, lo inquietante suele instalarse en los espacios y las acciones cotidianos. Lo más familiar es precisamente lo que se vuelve amenazante y, por lo mismo, resulta tan perturbador.

Al principio, el elemento inquietante ingresa sin que nos demos cuenta, así lo recibimos como un hecho más, que se suma a la sucesión de circunstancias insignificantes vividas por los personajes. Señala Alejandra Pizarnik, poeta argentina, sobre uno de los libros de relatos de Ocampo: “El mundo trivial permanece reconocible, aunque extraño y trasfigurado: de súbito se abre y es otro, o revela lo otro, pero el pasaje de la frontera es enteramente imperceptible. (…) Es decir, se traslada al plano de la realidad sin haberlo dejado nunca. Asimismo, se traslada al plano de la irrealidad sin haberlo dejado nunca”.

En el caso de “Los objetos”, por ejemplo, no puede determinarse en qué momento lo “sobrenatural” (si cabe el término, porque tampoco eso puede asegurarse) ingresa al mundo de Camila Ersky. Quizás siempre estuvo ahí, latente, y es lo que lleva al narrador a sospechar que hacía tiempo la protagonista “presentía con cierto malestar que los objetos la despojarían un día de algo muy precioso de su juventud”.

Con este adelanto, los invito ahora a leer “Los objetos”, un cuento de Silvina Ocampo.

Silvina Ocampo: Los objetos



Alguien regaló a Camila Ersky, el día que cumplió veinte años, una pulsera de oro con una rosa de rubí. Era una reliquia de familia. La pulsera le gustaba y sólo la usaba en ciertas ocasiones, cuando iba a alguna reunión o al teatro, a una función de gala. Sin embargo, cuando la perdió, no compartió con el resto de la familia, el duelo de su pérdida. Por valiosos que fueran, los objetos le parecían reemplazables. Sólo apreciaba a las personas, a los canarios que adornaban su casa y a los perros. A lo largo de su vida, creo que lloró por la desaparición de una cadena de plata, con una medalla de la virgen de Luján, engarzada en oro, que uno de sus novios le había regalado. La idea de ir perdiendo las cosas, esas cosas que fatalmente perdemos, no la apenaba como al resto de su familia o a sus amigas, que eran todas tan vanidosas. Sin lágrimas había visto su casa natal despojarse, una vez por un incendio, otra vez por un empobrecimiento, ardiente como un incendio, de sus más preciados adornos (cuadros, mesas, consolas, biombos, jarrones, estatuas de bronce, abanicos, niños de mármol, bailarines de porcelana, perfumeros en forma de rábanos, vitrinas enteras con miniaturas, llenas de rulos y de barbas), horribles a veces pero valiosos. Sospecho que su conformidad no era un signo de indiferencia y que presentía con cierto malestar que los objetos la despojarían un día de algo muy precioso de su juventud. Le agradaban tal vez más a ella que a las demás personas que lloraban al perderlos. A veces los veía. Llegaban a visitarla como personas, en procesiones, especialmente de noche, cuando estaba por dormirse, cuando viajaba en tren o en automóvil, o simplemente cuando hacía el recorrido diario para ir a su trabajo. Muchas veces le molestaban como insectos: quería espantarlos, pensar en otras cosas. Muchas veces por falta de imaginación se los describía a sus hijos, en los cuentos que les contaba para entretenerlos, mientras comían. No les agregaba ni brillo, ni belleza, ni misterio: no hacía falta.

Una tarde de invierno volvía de cumplir unas diligencias en las calles de la ciudad y al cruzar una plaza se detuvo a descansar en un banco. ¡Para qué imaginar Buenos Aires! Hay otras ciudades con plazas. Una luz crepuscular bañaba las ramas, los caminos, las casas que la rodeaban; esa luz que aumenta a veces la sagacidad de la dicha. Durante un largo rato miró el cielo, acariciando sus guantes de cabritilla manchados; luego, atraída por algo que brillaba en el suelo, bajó los ojos y vio, después de unos instantes, la pulsera que había perdido hacía más de quince años. Con la emoción que produciría a los santos el primer milagro, recogió el objeto. Cayó la noche antes que resolviera colocar como antaño en la muñeca de su brazo izquierdo la pulsera.

Cuando llegó a su casa, después de haber mirado su brazo, para asegurarse de que la pulsera no se había desvanecido, dio la noticia a sus hijos, que no interrumpieron sus juegos, y a su marido, que la miró con recelo, sin interrumpir la lectura del diario. Durante muchos días, a pesar de la indiferencia de los hijos y de la desconfianza del marido, la despertaba la alegría de haber encontrado la pulsera. Las únicas personas que se hubieran asombrado debidamente habían muerto.

Comenzó a recordar con más precisión los objetos que habían poblado su vida; los recordó con nostalgia, con ansiedad desconocida. Como en un inventario, siguiendo un orden cronológico invertido, aparecieron en su memoria la paloma de cristal de roca, con el pico y el ala rotos; la bombonera en forma de piano; la estatua de bronce, que sostenía una antorcha con bombitas de luz; el reloj de bronce; el almohadón de mármol, a rayas celestes, con borlas; el anteojo de larga vista, con empuñadura de nácar; la taza con inscripciones y los monos de marfil, con canastitas llenas de monitos.

Del modo más natural para ella y más increíble para nosotros, fue recuperando paulatinamente los objetos que durante tanto tiempo habían morado en su memoria.

Simultáneamente advirtió que la felicidad que había sentido al principio se transformaba en malestar, en un temor, en una preocupación.

Apenas miraba las cosas, de miedo de descubrir un objeto perdido.

Desde la estatua de bronce con la antorcha que iluminaba la entrada de la casa, hasta el dije con el corazón atravesado con una flecha, mientras Camila se inquietaba, tratando de pensar en otras cosas, en los mercados, en las tiendas, en los hoteles, en cualquier parte, los objetos aparecieron. La muñeca cíngara y el calidoscopio fueron los últimos. ¿Dónde encontró estos juguetes, que pertenecían a su infancia? Me da vergüenza decirlo, porque ustedes, lectores, pensarán que sólo busco el asombro y que no digo la verdad. Pensarán que los juguetes eran otros parecidos a aquéllos y no los mismos, que forzosamente no existirá una sola muñeca cíngara en el mundo ni un solo calidoscopio. El capricho quiso que el brazo de la muñeca estuviera tatuado con una mariposa en tinta china y que el calidoscopio tuviera, grabado sobre el tubo de cobre, el nombre de Camila Ersky.

Si no fuera tan patética, esta historia resultaría tediosa. Si no les parece patética, lectores, por lo menos es breve, y contarla me servirá de ejercicio. En los camarines de los teatros que Camila solía frecuentar, encontró los juguetes que pertenecían, por una serie de coincidencias, a la hija de una bailarina que insistió en canjeárselos por un oso mecánico y un circo de material plástico. Volvió a su casa con los viejos juguetes envueltos en un papel de diario. Varias veces quiso depositar el paquete, durante el trayecto, en el descanso de una escalera o en el umbral de alguna puerta.

No había nadie en su casa. Abrió la ventana de par en par, aspiró el aire de la tarde. Entonces vio los objetos alineados contra la pared de su cuarto, como había soñado que los vería. Se arrodilló para acariciarlos. Ignoró el día y la noche. Vio que los objetos tenían caras, esas horribles caras que se les forman cuando los hemos mirado durante mucho tiempo.

A través de una suma de felicidades Camila Ersky había entrado, por fin, en el infierno.

© Silvina Ocampo: Los objetos. Publicado en La furia y otros cuentos, 1959.

 

Una vez que terminen de leer, van a resolver las siguientes preguntas.

ACTIVIDAD 4 CON ENTREGA OBLIGATORIA (FECHA: 2 DE OCTUBRE)

1.      ¿Cómo evoluciona el estado de ánimo de la protagonista a medida que pasa el tiempo? Recuerden incluir frases del texto.

2.      Comparen la actitud de Camila Ersky referida a los objetos en los distintos momentos de su vida con las actitudes que evidencian sus familiares y amigas. Recuerden dar ejemplos del texto y deténganse en la contraposición entre los personajes.

3.      Resuelvan las siguientes actividades referidas al elemento fantástico del cuento.

a.      ¿Podrían precisar en qué momento del relato ingresa lo fantástico? Traten de determinar una frase en lo que esto suceda.

b.      ¿Es posible señalarlo con exactitud? ¿Por qué creen que es así?

c.       Expliquen con sus palabras cuál es el hecho fantástico que se narra en este cuento.

 

Les propongo lo siguiente: Juntarnos el viernes 2 a las 15 hs para charlar sobre lo que leyeron y lo que venimos trabajando en esta unidad. Les dejo acá el link para unirse a la reunión de Meet. https://meet.google.com/qyd-iajk-dmi